Escandalo en
Bohemia
Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer
Rara vez le he oído mencionarla con otro nombre. A sus ojos eclipsa a la totalidad de su sexo y la supera. Y no es que sintiera hacia Irene Adler un sentimiento semejante al amor. Todos los sentimientos, y este en particular, parecían abominables a su mente fría, precisa, admirablemente equilibrada. Le considero la máquina razonadora y observadora más perfecta que ha conocido el mundo, pero como amante no hubiera sabido desenvolverse. Nunca hablaba de las pasiones más tiernas, salvo con sarcasmo y desprecio. Eran elementos valiosísimos para el observador, excelentes para descorrer el velo que cubre las motivaciones y acciones humanas. Pero para el avezado pensador admitir semejantes intrusiones en su delicado y bien ajustado temperamento suponía introducir un factor de distracción capaz de generar dudas en todas las conclusiones de su mente. Un grano de arena en un instrumento de precisión, o una grieta en una de sus potentes lupas, no serían más perturbadores que una emoción intensa en un carácter como el suyo. Y, sin embargo, solo existía una mujer para él, y esa mujer era la difunta Irene Adler, de dudosa y cuestionable memoria.
Últimamente yo había visto poco a Holmes. Mi matrimonio nos había distanciado. Mi completa felicidad, y los intereses centrados en el hogar que envuelven al hombre que se ve por primera vez dueño y señor de su propia casa, absorbían toda mi atención, mientras Holmes, cuya misantropía le alejaba de cualquier forma de sociabilidad, seguía en nuestras dependencias de Baker Street, enterrado entre sus viejos libros, y oscilando, semana tras semana, entre la cocaína y la ambición, entre la somnolencia de la droga y la fiera energía de su ardiente naturaleza.
Una noche —era el 20 de marzo de 1888—, regresaba yo de visitar a un paciente, pues había vuelto a ejercer la medicina civil, cuando mi trayecto me llevó a Baker Street. Al pasar ante la puerta que tan bien recordaba, y que siempre estará asociada en mi mente a mi noviazgo y a los siniestros incidentes de Estudio en escarlata, me embargó un vivo deseo de volver a ver a Holmes y de saber en qué estaba empleando sus extraordinarias dotes. Sus habitaciones estaban intensamente iluminadas y, al mirar hacia arriba, vi cruzar dos veces la oscura silueta de su figura alta y enjuta tras la persiana. Andaba a paso vivo por la habitación, impaciente, con la cabeza hundida en el pecho y las manos entrelazadas a la espalda. A mí, que conozco todas sus costumbres y sus estados de ánimo, esa actitud y ese modo de moverse me lo decían todo. Holmes estaba trabajando de nuevo. Había salido de los ensueños de la droga y husmeaba impaciente el rastro de un nuevo misterio. Tiré de la campanilla, y me condujeron a la estancia que otrora había sido en parte mía.
La actitud de Holmes no fue efusiva, rara vez lo era, pero creo que se alegró de verme. Sin apenas pronunciar palabra, mas con mirada afable, me señaló un sillón, me pasó su caja de cigarros y me indicó una licorera y un sifón. Después se plantó ante la chimenea y me examinó de arriba abajo con su peculiar estilo introspectivo.
Le sienta bien el matrimonio —observó—. Me parece, Watson, que ha engordado siete libras y media desde la última vez que le vi.
¡Siete! —respondí.
Vaya, yo habría dicho que un poco más. Solo un poquito más, Watson. Y observo que ejerce de nuevo. No me dijo que tenía intenciones de volver a su trabajo.
Entonces, ¿cómo lo sabe?
Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé que hace poco se mojó usted mucho, y que tiene una criada torpe y descuidada?
Mi querido Holmes —dije—, esto es demasiado. De haber vivido hace unos siglos, no cabe duda de que le habrían quemado en la hoguera. Es cierto que el jueves di un paseo por el campo y que regresé a casa en estado lamentable, pero me he cambiado de ropa y no puedo entender cómo lo ha deducido. En cuanto a Mary Jane, es incorregible, y mi esposa ya la ha despedido, pero tampoco me explico cómo lo ha averiguado usted.
Holmes rió entre dientes. Frotándose las largas y nerviosas manos, me dio a elegir tres posibilidades.
Arrastre la respuesta correcta a este cajetín de florido borde gris que compré esta mañana en Fortum & Mason, amigo mío:
Querido amigo, vayamos a otra cosa. Ya que está interesado en mis asuntos y ha tenido la amabilidad de poner por escrito un par de mis insignificantes experiencias, tal vez le interese esto. —Me alargó una hoja de papel grueso y rosado, que yacía abierta sobre la mesa, y añadió—: Ha llegado en el último correo. Léala en voz alta.
Mi presbicia me impedía leer sin gafas. Una vez con ellas, pude ver la menuda pero elegante letra del remitente. La nota no llevaba fecha, ni tampoco firma ni dirección. Y decía:
Es realmente misterioso —comenté—. ¿Qué cree que significa?.
Aún no dispongo de datos. Es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a manipular los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de ajustar las teorías a los hechos. Pero, en cuanto a la nota en sí, ¿qué deduce usted de ella?
Examiné con cuidado la escritura y el papel.
El hombre que la ha escrito es seguramente una persona acomodada —observé, procurando imitar los procedimientos de mi compañero—. Un papel como este no se compra por menos de media corona el paquete. Es peculiarmente fuerte y consistente.
Peculiar, esa es la palabra adecuada —dijo Holmes—. No es en absoluto un papel inglés. Colóquelo a contraluz.
Así lo hice, y vi una «e» mayúscula con una «g» minúscula, y una «p» y una «g» mayúsculas con una «t» minúscula, grabadas en la textura del papel.
¿Qué cree que significa? —preguntó Holmes.
El nombre del fabricante, sin duda. O, mejor dicho, su monograma.
En absoluto. La «g» con la «t» significa «Gesellschaft», que en alemán quiere decir «compañía». Es una abreviatura habitual, como nuestra «cía». La «p» significa, por supuesto, «papel». Veamos ahora «eg». Echemos un vistazo a nuestro Diccionario geográfico. —Sacó del estante un pesado volumen marrón—. Eglow, Eglonitz…, aquí lo tenemos, Egria. Está en una región de habla alemana, en Bohemia, no lejos de Carlsbad. «Famoso por haber sido escenario de la muerte de Wallenstein, y por poseer numerosas fábricas de cristal y de papel». Ajá, muchacho, ¿qué conclusión saca de esto?
Sus ojos centelleaban y expelió de su cigarrillo una triunfal nube azul.
El papel fue fabricado en Bohemia —dije.
Exactamente. Y el hombre que ha escrito la nota es alemán. Fíjese en la peculiar construcción de la frase: «Estas referencias nos han de distintos puntos llegado». Un francés o un ruso no pueden haber escrito esto. Solo los alemanes son tan desconsiderados con sus verbos. Por lo tanto, únicamente nos resta descubrir qué desea este alemán que escribe en papel de Bohemia y prefiere usar un antifaz a mostrar su rostro. Y aquí lo tenemos, si no me equivoco, para resolver todas nuestras dudas.
Mientras Holmes decía estas palabras, se oyó un nítido golpeteo de cascos de caballo, y el chirriar de las ruedas contra el bordillo de la acera, seguido de un enérgico campanillazo. Holmes soltó un silbido.
Ahora, estimado lector, procederá a la lectura de la reunión con el extraño enmascarado. Algunas partes del relato han quedado oscuras en la mente de Watson. Para ayudarle a recordar la narración de estos hechos, usted debe seguir las instrucciones que le suministraré en cada caso.
1
Parece un tiro de dos caballos, por el sonido —dijo—. Sí —prosiguió, echando un vistazo por la ventana—, un bonito carruaje pequeño y un par de bellezas. Ciento cincuenta guineas cada una. De no haber otra cosa, Watson, al menos hay dinero en este caso.
Será mejor que yo me vaya, Holmes.
Nada de eso, doctor. Quédese donde está. Me siento perdido sin mi cronista. Y esto promete ponerse interesante. Sería una pena desaprovecharlo.
Pero su cliente…
No se preocupe por él. Yo puedo necesitar su ayuda, y él también. Aquí llega. Siéntese en este sillón, doctor, y préstenos toda su atención.
2
Unos pasos lentos y pesados, que habían sonado en la escalera y en el pasillo, se detuvieron de inmediato detrás de la puerta. Siguió un golpe fuerte y autoritario.
¡Adelante! —dijo Holmes.
Entró un hombre que difícilmente mediría menos de seis pies y seis pulgadas, con el torso y las extremidades de un Hércules. Su vestimenta era lujosa, de un lujo que, en Inglaterra, se hubiera considerado rayano en el mal gusto. Gruesas bandas de astracán ornaban las mangas y los bordes delanteros de su abrigo cruzado, mientras la capa azul oscuro que llevaba sobre los hombros estaba forrada de tela color fuego y se sujetaba al cuello con un broche formado por un solo y resplandeciente berilo. Unas botas de cuero que llegaban hasta media pantorrilla, con el borde orlado de una lujosa piel marrón, completaban la impresión de bárbara opulencia que emanaba de todo el conjunto. El visitante llevaba en la mano un sombrero de ala ancha, y le cubría la parte superior del rostro, hasta debajo de los pómulos, un curioso antifaz negro, que al parecer acababa de ponerse, pues aún mantenía la mano alzada junto a él cuando entró. A juzgar por la parte inferior del rostro, parecía un hombre de carácter fuerte, con un grueso labio inferior colgante y una mandíbula recta y alargada que sugería una firmeza que rayaba en la obstinación.
Amigo lector, para acceder a la secuencia nº 2 del relato de nuestro querido doctor, deberá hallar la parte del texto donde yo mismo hablo sobre el problema de teorizar antes de recabar los datos. De este modo, esta recapitulación de los hechos ayudará al buen doctor a recordar el evento. No parece complejo...
3
¿Ha recibido mi nota? —preguntó con voz áspera y profunda y marcado acento alemán—. Le dije que vendría.
Nos miraba alternativamente al uno y al otro, como si no supiera a cuál de ambos dirigirse.
4
Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
5
Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
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Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
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Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
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Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
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Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.
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Es lo más sencillo del mundo —dijo—. Mis ojos me indican que en la parte interior de su zapato izquierdo, justo donde da la luz del fuego de la chimenea, el cuero está marcado con seis rayas casi paralelas. Es obvio que las hizo alguien que rascó con muy poco cuidado el borde de la suela para desprender el barro incrustado. De ahí mi doble deducción de que ha estado a la intemperie con mal tiempo y de que tiene un espécimen particularmente maligno de rajabotas como criada londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero entra en mis aposentos oliendo a yodoformo, con una negra mancha de nitrato de plata en el dedo índice de la mano derecha y un bulto en el lado del sombrero de copa donde esconde el estetoscopio, debería ser realmente lerdo para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.